Después de los meses de verano, nos hemos vuelto a encontrar alrededor de Nuestra Madre para celebrar los actos programados en su lugar favorito: Prado Nuevo. Con un tiempo agradable y la alegría de reunirnos de nuevo, juntos, damos gloria a Dios a los pies de María.
Como meses atrás, a las 15:15 h. se proyectó un mensaje; en esta ocasión, el del 5 de enero de 2002. En él, el Señor y su Madre Santísima hablan a los hombres desde el dolor por los pecados que cometemos; por los atractivos del mundo por los que nos dejamos atrapar. Así, el Señor solo nos pide: “Actos de amor, hijos míos, son los que quiero; amor puro, sincero; no amores pasionales, amores carnales, amores que destruyen al hombre”. A su vez: “Hijos míos, os pido humildad, penitencia y sacrificio. Los hombres se han olvidado de orar con una oración sincera que salga de lo más profundo del corazón”.
Luz Amparo es testigo de cómo el pecado le duele a Dios y se ofrece, una vez más, como víctima de reparación: “¡Ay, qué dolor! ¡Qué dolor, Señor!; ¿no se podrá quitar ninguna espina? ¡Ay!, a ver si pudiera quitar alguna espina de tu Corazón. ¡Ay, ay, ay, ay, no se puede, Señor! ¡Ay, ay, qué duras!”.
Una vez más, el Señor le pide a su instrumento que diga a la Humanidad la verdad, que proclame su mensaje que es necesario para la salvación: “Y tú, grita, hija mía, que oigan mi voz, que no se hagan los sordos. No puedo darles más, hija mía. Pisotean las gracias, rechazan mi amor y ponen ellos las leyes a su antojo. ¿En qué lugar están dejando a todo un Dios? Amad a la Iglesia con todo vuestro corazón, hijos míos. Amad al Santo Padre. Orad por los sacerdotes y los obispos”.
Los actos propios de un primer sábado, el Rosario, la Santa Misa, la bendición con el Santísimo…, se llevaron a cabo con normalidad. Debido a la buena temperatura, se pudieron realizar en la explanada de la nave “Ave María” en torno a la talla de La Virgen Dolorosa. Así pues, a las 16:00 h, tuvo lugar el rezo del santo Rosario y, seguidamente, la celebración de la Eucaristía, que fue presidida por el P. Paulino y concelebrada por varios sacerdotes.
En la homilía, centrada en el Evangelio del domingo, el sacerdote se refirió el milagro de la curación de un sordomudo. Así profundizó en el sentido espiritual de dicho milagro, comparándolo con la imagen del hombre después del pecado original. Se fijó en la forma en la que Cristo realizó la curación. En primer lugar, lo aparta del resto de la gente, pues no busca popularidad. Mirando al Cielo, utiliza las palabras en arameo, para abrir los oídos: “Effetá”. De este modo, uniéndose al Padre, hace este milagro. La Iglesia aplica esta palabra en el sacramento del Bautismo; es tan importante que, por eso, se incluye en el Sacramento de la iniciación cristiana.
Un mes más celebramos, con alegría, los actos programados y, poco a poco, vamos volviendo a la normalidad, reencontrándonos con los peregrinos que por las circunstancias no habían podido venir hasta ahora. Confiemos en volver a estar todos, en meses siguientes, a los pies de Nuestra Madre.